Un muy rancio café

Agosto, solía ser un mes muy caluroso en esa esta tierra mía. Así que nos reuníamos en el salón de la casa para refrescarnos con las puertas abiertas hacia el patio y tomar aguas de sabores desde temprana hora. En eso estábamos, cuando sonó la campana de la entrada de la casa. Era el cartero que traía para entregar un paquete desde Alemania. La guerra casi llegaba a su fin. Alemania ya había sido tomada en mayo y nosotros seguíamos sin saber nada de los poquísimos parientes que quedaban en aquel país. De inmediato supimos que ese paquete nos traería noticias por lo que “Nati”, la criada de toda una vida de la familial subió lo más aceleradamente que pudo con sus piernas encorvadas por los años, la interminable escalera de la vieja casona. Entregó el paquete a mi padre, que en realidad era el quien mantenía el parentesco con estos güeros. Mi padre quitó el papel gastado en el que se encontraba envuelto el bulto, y leyó en voz alta:_Kaffee_ no sin dificultad, pues el idioma de su padre se había ido perdiendo de apoco con el tiempo. Todos repetimos algo asombrados:_café?!!_ Y por qué mandan eso los parientes? Pregunté. Nadie, entendíamos nada de aquél extraño envío. Las dudas acerca del bienestar de dos primos y la tía rondaban por nuestra cabeza. Buscamos alguna nota en el paquete que explicara. No encontramos nada. Solo el frasco, pequeño de un café que no olía a nada. Mi madre que es la reina de la tertulia dijo enseguida que a pesar de el calor, deberíamos de probar aquel regalo y añadió estaba segura que nos refrescaría hacerlo. Refrescarnos? Me pregunté a mis adentros, pero inmediatamente recordé que mi madre originaria de puerto, sabía que ese era un modo de aplacarlas los calores. Mandó entonces a la cocina preparar el dichoso café, mientras nosotros comentábamos acerca de la familia perdida. La tía Ziza era hermana de mi abuelo, viuda y con dos hijos por totalidad como familia. Mi abuelo había emigrado a México muchísimos años atrás, amasando una fortuna nada despreciable con su carrera de abogado. La tía se quedó en Alemania, esperando poder venir a México algún día. El tiempo pasó y entre una y mil cosas, primero monetarias y después más bien sentimentales, la tía permaneció en Alemania, y fue hasta que quedó viuda que comenzó a plantearse seriamente la idea de reencontrarse con su familia en México. Se atravesó la guerra y con ello la imposibilidad de hacerlo. Y aquí estábamos ahora tomando todos del café que habían hecho a bien mandarnos desde aquél país. Con las dificultades que les habría implicado en medio de una guerra que termina, el hecho de estar enviándonos café. Mi madre dijo, que tal vez la intención debajo del regalo era que nosotros les mandásemos dinero para solventar su vida allá pues las cosas debieran ser casi imposibles. Y ahora teniendo una dirección de remitente era probable que pudiésemos hacerlo. Todos en casa apoyamos la idea de mi madre mientras mi padre se rascaba el bigote en señal conocida de aprobación. Sobre todo aun sin entender el motivo del paquete, nos alegramos inmensamente, ya que cuando menos era una manera de saber que seguían vivos. Nati volvió con el café recién hecho y comenzó a servirnos. Hubo un silencio funesto, casi mortuorio mientras degustábamos el insípido y rancio café. Quizás había perdido su aroma y su sabor al ser transportado solo Dios sabe por cuánto tiempo. El silencio fue eterno hasta que mi prima Catalina lo rompió, diciendo divertida: ¡ Dios mío pero que agua de calcetín de nazi es esto?! Y todos comenzamos a reír.

Habían pasado dos o tres días del incidente del Kaffee cuando tocaron a la puerta y fui yo quién la abrió. Era nuevamente el cartero, con un sobre amarillento y casi roto. No tenía nombre de destinatario, solo el remitente con algunos garabatos que parecían en alemán. El cartero me dijo, que suponía era para nosotros pues los únicos en recibir correspondencia con esas palabras extrañas, en la nuestra pequeñísima ciudad éramos nosotros, así que por eso estaba seguro que nos pertenecía. Leí el remitente y correspondía a la misma dirección que nos había llegado días atrás con el paquete. Subí a la sala en donde se encontraban la mayoría de a familia disfrutando nuevamente del horroroso café de los parientes. Mi padre dijo que abriera el sobre y que el lo leería ya que era él, era único capas de traducir su contenido. Comenzó mi padre leyendo:_ Tío Joaquín, soy Otto, el hijo de Ziza. La guerra recién terminó, me encuentro desbastado igual que Alemania, mi hermano murió en batalla fui notificado por el ejército, poco antes de que la guerra terminara. Mi madre no resistió la noticia y murió a los tres días de un infarto. Te envío sus cenizas, yo sé que su último deseo era estar contigo algún día en México. Espero que le des cristiana sepultura. Buscaré la manera de viajar a México para poder llevarle flores a mi pobre madre, que es lo único que me queda. Saludos tío. Firma: Otto.

Nos habíamos cafeteado a la Tía Ziza!!

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1 respuesta

  1. Eduardo Llaguno dice:

    Debió ser un café muy gris y definitivamente rancio. Que terrible forma de conocer a la familia.

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