Invasión y Remordimiento
¡Se están metiendo a la casa!
No creía mis ojos mientras salía apresuradamente al jardín.
Pero era verdad – en domingo, a plena luz del día, bajando por una escalera apoyada precariamente en la parte alta de la pared posterior del jardín, para luego recorrer unos 3 metros de cornisa y bajando por otra escalera directamente al jardín, descendía una mujer.
Lo más insólito es que vestía un uniforme de la policía del Distrito Federal, con el kepi, la chamarra rompevientos, falda y zapatos bajos.
A pesar de estar en bata y pantuflas, con la indignación que da el sentir invadido tu castillo, y con un valor que creía solo se da en los sueños o en las películas, me acerqué a ella furioso – no me había visto ni escuchado, pues estaba más concentrada en no caerse, ya que las escaleras eran bastante enclenques.
Ya estaba por pisar el suelo cuando le puse la mano en el hombro y la volteé bruscamente.
– ¿Quién diablos es usted y qué hace aquí?
Viéndose atrapada la mujer volteó para todos lados, buscando escapatoria, pero no había tal.
La llevé al centro del jardín y la empujé para que se quedara sentada en la silla.
El uniforme se veía genuino, desde el horrible poliéster azul, hasta la placa en la chamarra.
– ¡Su nombre!
– Esteeem… Josefina González García.
En ese momento decidí que sería buena idea apuntar todo esto para cuando llegara la policía, pero… ¿a cual policía llamaría?
– ¡Déme su libreta!
A regañadientes, la mujer sacó su libreta y una pluma.
– Ahora sí, repítame su nombre
– Aaaah, Patricia Velázquez García
– … no, ese no es el nombre que me diste antes. ¡El nombre de tu supervisor!
Un poco envalentonada me contestó
– No importa que se lo dé, pues es de otra cuadra.
Tal vez tenía razón, pero si llamaba a la patrulla de la delegación, tal vez sería más factible que le dieran su merecido.
Apunté los dos nombres que me había dicho y fui a la cocina por mi Palm y la cámara digital para tomarle fotos.
No intentó huir, pues la única salida viable era la escalera por la que había bajado; cuando se dio cuenta de lo que yo estaba haciendo, se cubrió el rostro, pero pude tomarle dos o tres fotos que seguramente servirían de evidencia.
En el rostro se le veía que empezaba a darse cuenta del problema en que se había metido, y su expresión pasó de la preocupación al miedo.
Tomé el celular para marcar el 066, pero internamente ya no estaba seguro de lo que haría.
Sin darnos cuenta, estábamos nuevamente al pie de la escalera, y la estaba dejando ir.
Me miró como si yo hubiera sido el que hizo mal, y antes de bajar por el otro lado de la pared, me dijo
– Recuerde que hay un dios que todo lo ve…
Me dio tanto coraje su cinismo, que solo acerté a escupirle un gargajo, que por cierto fallé.
En eso sonó el celular. Era Norma, que llamaba para preguntarme algo, pero la interrumpí.
– Norma, acaba de pasar algo, se metió una mujer a la casa, pero tuve que verme bien hijo de la chingada
– No tienes porqué sentirte mal, defendiste lo tuyo y estuvo bien
– Te llamo luego
Hasta ese momento me di cuenta que no me había fijado si esta mujer venía armada, y del riesgo que corrí. Seguía con esa extraña mezcla de enojo, adrenalina y vergüenza.
Recorrí con la mirada el jardín, extrañado de estar allí.
El pasto se veía más verde de lo que recordaba.
Todavía tenía en las manos el celular, la cámara digital y la Palm.
Esto no cuadraba.
Tenía conciencia de que tengo una familia, que dejé la casa de mis padres en la Colonia del Valle hace mucho tiempo, y que no les tocó conocer las cámaras digitales ni las PDAs.
Tomé aire y cerré los ojos.
Al abrirlos nuevamente me sentí como un buzo que sale a la superficie.
Desorientado, poco a poco reconocí mi habitación, mi cuerpo recostado y mi esposa a mi lado.
Domingo en la mañana, pero en otra casa, otra ciudad, otro tiempo, otra realidad.
Caray hasta coraje me dió de pensar que podría ocurrir algo así.
Eh ? Donde estoy? Qué hago aqui? Quien eres tú? Porque me estás leyendo?Fuera de aqui ! Vete ! Deja de leerme !!!