Mark Twain y las elecciones: penúltima llamada
La competencia de acusaciones y el final “de foto” en que se convirtió el último tramo de la elección presidencial me recordó una frase de Mark Twain: “Si se enviara a todos un mensaje que dijera: ‘huye, todo se ha descubierto’ las casas quedarían vacías”.
La verdad, nadie tiene de qué envanecerse. Por un lado, Felipe Calderón, con eso de que su triunfo es tan inobjetable que debe ser obvio hasta para los que no están de acuerdo; por el otro, López Obrador retoma el doble discurso al decir que respetará el resultado siempre y cuando respeten SUS cifras. Traducción válida para ambos: si dicen que yo gané, son muy justos; si dicen que no gané, están ciegos o son corruptos. Y finalmente, Roberto Madrazo aún no sale de su estupor al darse cuenta que el prinosaurio ahora sí agoniza.
Lo grave de este resultado, en el que la elección ha sido tan cerrada, es que ninguno cree que la gente sea quien ya ha tomado la decisión final: ambos (López Obrador y Calderón) cerraron campañas diciendo que iban a ganar por cuatro millones de votos (AMLO) o millón y medio (Calderón). Los resultados a la vista desmienten categóricamente esos arranques de optimismo.
No podía ser menos. En cualquier grupo de amigos, de trabajo o hasta en la familia, los partidarios de unos y otros comentaron aciertos, errores, méritos y tarugadas. Al final, cada quien tomó su credencial y fue a votar por quien quiso, unos por razones pragmáticas, otros por razones sentimentales, con argumentos, razones o intuiciones, pero fueron a votar; otros, también, por cumplir con un deber. Algunos más porque esperaban que ya se acabara este show de palabrería y cinismo.
Las últimas declaraciones de la jornada electoral, en las que los dos candidatos en pugna se declararon ganadores, dejaron mal sabor de boca: AMLO por el doble discurso del respeto, y Calderón por tratar de apabullar con encuestas, cuando, si algo nos quedó claro a todos en este proceso, es que las encuestas son de quien las paga, y por eso lo único que cuenta es el voto. Ambos candidatos, explicablemente ansiosos y probablemente igual de hartos, confirmaron una imagen que fue omnipresente en las últimos días: más que proponer, o siquiera defenderse, les importa arrojar la última piedra.
En la recta final, a cada uno de los candidatos le ha faltado altura. Yo me pregunto en qué momento de la diarrea verbal han perdido de vista a quienes votamos. Porque definitivamente ya no prestan atención.
Votar no fue un desperdicio ni un ejercicio caprichoso. Fue la única manera de demostrarle a los candidatos (y al inminente presidente electo) dos cosas muy simples: En primer lugar, que quien resulte ganador no estará en un lecho de rosas; y en segundo lugar, que quien gane tendrá a un alto porcentaje de la población en desacuerdo, no solamente examinando cada paso que dé, sino criticándolo. Aunque no le guste. Y esto vale para todos los “huesóvoros”, desde el presidente hasta el más desconocido de los representantes plurinominales.
Quienes votamos el 2 de julio no teníamos los medios de comunicación, las empresas ni los partidos a nuestro servicio. Pero estamos cansados de tanto bla bla bla: queremos ver resultados, no discursos. En este panorama, las voces que cuentan son los votos, y el trabajo de los miles de ciudadanos que en las casillas, en el IFE, en las urnas, y en el día tras día, hicieron y siguen haciendo lo que deben.
Diría (otra vez) Mark Twain: “Haciendo gala de mi dominio del lenguaje, guardé silencio”. Ojalá, por una vez, los políticos del nuevo sexenio hagan lo mismo. Que todos se callen y se pongan a trabajar.
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