Transeúnte

“Uno, dos, tres, cuatro, cinco” Terminando de contar el número de cosas que llevo en los bolsillos, abro la puerta de mi casa y me convierto en transeúnte. Comienzo a caminar, saludo a la perra de la vulcanizadora, doblo en la esquina y mientras prendo un cigarro esquivo una carriola sin dejar de sonreírle a la mujer que la empuja. Espero a cruzar la calle “Puta madre, ¿por qué nadie respeta que esto es un paso peatonal?”. Un joven se detiene a darme el paso, le agradezco y sigo mi viaje. Subo a una barda, camino sobre ella y me pongo a tararear mientras observo las ventanas de unos edificios… La barda llega a su fin al igual que mi cigarro y me siento a esperar en la parada de camión, uno, dos minutos… llega una señora, le sonrío, me sonríe. Saco mi agua, doy un trago, vuelvo a guardarla. Llega el camión, dejo pasar a la señora mientras cuento mis monedas, “…cuatro, cinco.”, le pago al chofer y busco asiento -del lado derecho, porque es donde menos pegara el sol durante el trayecto. Contemplo por la ventana esas calles por las que siempre paso y ya conozco -no importa, siempre encuentro algo nuevo-. Pasamos frente a la universidad, espero que se suba alguna chica bonita… No ocurre, solo suben tres transeúntes. Cierro los ojos, intento meditar. Despierto a dos cuadras de mi destino. El camión se detiene, le deseo una “buena tarde” al chofer. Entro a la estación de metro. Me quedan seis pesos en la tarjeta, la paso y me queda uno. El metro ya está ahí, bajo las escaleras corriendo, logro entrar, me recargo en la puerta contraria. Las puertas tardan un minuto en cerrarse, no tenía que correr. Topo que una chica me está viendo, desvía su mirada al toparse con la mía. Es bonita. Llegamos a la siguiente estación. Vuelvo a encontrar su mirada, le sonrío, me sonríe. Me bajo del metro. “¿qué hubiera pasado si le hablaba?”

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