EL PATRIARCADO COMO SISTEMA BASE: TEORÍA DEL BOWL Y RADICALIDAD FILOSÓFICA

Ser Lilith, nunca Eva. Esta consigna resuena en mi mente al contemplar la raíz de la gran estructura en la que vivimos y de la que me sé parte. Desde una postura meramente personal y analítica, sostengo una teoría a la que llamo “La Teoría del Bowl” referente a que el patriarcado no es solo una característica del sistema, es el sistema en sí, el cuenco que contiene todos los demás sistemas, capitalismo, derecho, religión, etc. Esta idea, disruptiva en general y necesaria para mi, se inspira en la tesis de Kate Millett y otras pensadoras que han desenmascarado cómo la dominación patriarcal constituye el fundamento sobre el que se erigen las demás opresiones de clase, raza y poder. En este escrito desarrollaré esta teoría personal integrando referencias filosóficas (Marx y el Feminismo Radical, principalmente) y el marco simbólico que nutre mi convicción “Ser Lilith, nunca Eva” como principio de resistencia. Es una reflexión severa, transparente y formal, nacida de la convicción de que solo exponiendo la estructura patriarcal como tal, ese Bowl en el que descansan cómodamente las instituciones de toda la sociedad, es prudente aspirar a la justicia y a los derechos humanos plenos para todas y todos.

Abstract

This essay introduces the Bowl Theory, a personal conceptual framework which asserts that patriarchy is not a feature of the system, it is the system. Drawing from Kate Millett’s thesis in Sexual Politics and engaging with Marx, Engels, radical feminism, and contemporary narratives such as Kim Liggett’s The Grace Year, the text argues that gendered power relations are the foundational mold upon which all other structures of domination (capitalism, law, religion, etc.) are built. From this perspective, any attempt at justice or human rights that fails to confront patriarchy directly is doomed to reproduce the violence it seeks to dismantle. Anchored in the symbolic political principle “Be Lilith, never Eve,” the essay calls for lucid radicality and an ethics of rupture: to throw the bowl, as an act of emancipation.

Key Words

Patriarcado estructural; feminismo radical; Kate Millett; marxismo y género; Teoría del Bowl; crítica al sistema; filosofía política; género y poder; narrativa distópica; justicia interseccional.

La Teoría del Bowl: el patriarcado como sistema fundacional

Planteo que el patriarcado es el recipiente estructural que sostiene a los demás sistemas sociales. No es solo una parte del problema, sino, más bien, el marco entero sobre el que se organizan nuestras sociedades en Gaia. Esta noción se construyó en mi pensamiento al leer a Kate Millett y su Política sexual. Millett, feminista radical pionera, interpretó al patriarcado como la base sobre la cual se levantan otras jerarquías de opresión. Retomando a Engels, Millett (1970) señala que “todas las formas de desigualdad humana brotaron de la supremacía masculina y la subordinación de la mujer, es decir, de la política sexual, que es la base histórica de todas las estructuras sociales, políticas y económicas” (p. 138). En otras palabras, mucho antes de que existieran el capitalismo o, por ejemplo, el racismo tal como los conocemos, existió un orden patriarcal que sirvió de modelo para dominar y oprimir. No exagero al decir que el patriarcado fue el primer tirano: bajo su yugo se instauró incluso la idea misma de propiedad y esclavitud. Como resume Millett (1970), “en el sometimiento de la hembra al macho, Engels (así como Marx) reconocieron el modelo histórico de todos los sistemas de dominio que siguieron, de todas las relaciones económicas ignominiosas y de todos los tipos de opresión” (p. 138). Esta afirmación cala hondo. Implica que el patriarcado antecede y moldea las demás estructuras opresivas. Mi Teoría del Bowl visualiza al patriarcado como ese recipiente: el gran cuenco invisible en el que han sido vertidos el capitalismo, los Estados, las religiones, las leyes y la cultura, principalmente. Todo está impregnado de patriarcado. Si el tazón que contiene la sopa está sucio de sexo-género, no importa cuán fina sea la sopa de lo que sea que sirvamos en él: tendrá el regusto amargo de la desigualdad de sexos. Por eso, las soluciones filosóficas, jurídicas y sociales no hacen más que fallar irrisoria y repetidamente. A veces se cree haber logrado equidad en algún ámbito (más mujeres ejecutivas en empresas, voto femenino, etc.), pero esas victorias son ingredientes vertidos en el mismo Bowl antiguo, en el primer Bowl. El contenedor sigue siendo patriarcal, contaminando y dando forma a todo lo que toca. Hablar de patriarcado como sistema fundacional es fuerte, pero veamos la realidad con honestidad. Desde la infancia nos educan con normas y expectativas de sexo y género muy arraigadas. Ni siquiera lo cuestionamos de tan naturalizado que está. Aquí es donde mi consigna personal cobra vida: “Ser Lilith, nunca Eva.” ¿Por qué Lilith y Eva? En la tradición, Eva representa a aquella mujer salida de una costilla, la secundaria, la obediente que nació para acompañar a Adán y también la culpable del pecado original según ciertas lecturas. Lilith, en cambio, es la mujer mítica que, según leyendas, fue la primera esposa de Adán y se rehusó a someterse; prefirió el exilio del Edén antes que renunciar a su voluntad. Lilith fue demonizada por desafiar el orden patriarcal primigenio y su figura simbólica me inspira: significa no aceptar el designio impuesto, no ser contenedor pasivo de los valores patriarcales. Ser Lilith, nunca Eva resume esa rebelión: no aceptar el rol subordinado aunque el precio sea abandonar el “paraíso” otorgado por el patriarcado. Porque, en verdad, ¿paraíso para quién? Solo para Adán. Eva pudo estar en el Edén, pero sin libertad plena; Lilith eligió el riesgo y la soledad antes que la esclavitud dorada. Mi Teoría del Bowl es, en el fondo, una invitación a que todas seamos un poco más Liliths: a cuestionar la base misma del recipiente en el que vivimos. En este sentido y si el patriarcado es el Bowl que contiene a los demás sistemas, ¿cómo se manifiesta concretamente en ellos? Detengámonos en algunos ejemplos clave que guardan en común un cimiento patriarcal:

Capitalismo: un sistema económico aparentemente neutro, regido por mercados y capital, pero que históricamente se construyó sobre la división sexual del trabajo. El capitalismo nació y floreció en sociedades ya patriarcales, tomando como dado que las mujeres harían el trabajo no remunerado de cuidados, limpieza y reproducción, mientras los hombres dominaban la esfera pública y productiva. Es así, la acumulación histórica de capital no solo se ha dado explotando a las clases trabajadoras, se ha dado explotando el trabajo invisible de las mujeres en el hogar. En mi reflexión, el patriarcado no es una mera característica del capitalismo, ni siquiera es su igual; es su prerrequisito histórico. Sin la subordinación previa de las mujeres, el capitalismo no habría tomado la forma feroz que conoció.

Sistema Jurídico: el ámbito de las leyes y la justicia formal tampoco escapa al recipiente patriarcal. Desde el derecho romano, con la figura del pater familias con poder absoluto sobre esposa e hijos, hasta las leyes civiles modernas que hasta hace pocas décadas permitían atrocidades sin sentido como que el marido administrara los bienes de la esposa, observo una continuidad: el orden legal reflejando la dominación masculina y perpetúandola. Por ejemplo, en México y muchos países, hasta el siglo XX la violación “marital” no era delito porque la esposa se consideraba propiedad sexual del marido. En mi Teoría del Bowl, el derecho es un caldo cocinado con recetas patriarcales: normas aparentemente neutrales que en la práctica perpetúan desigualdades. La filósofa Carol Smart advirtió que el derecho suele presentarse como objetivo y abstracto, pero lleva implícitos los valores de quienes lo escribieron, históricamente hombres blancos con poder. Afortunadamente, las olas feministas han empujado reformas jurídicas importantes, pero siempre me pregunto, ¿puede un sistema jurídico parido bajo el patriarcado transformarse a sí mismo por completo? Tal vez, pero requeriría mucha voluntad política y vigilancia constante.

Religión: finalmente, el factor religioso-cultural. Las grandes religiones organizadas han sido pilar moral de civilizaciones, y también reflejos (¿o causas?) de estructuras patriarcales. La figura de Dios Padre en las tradiciones abrahámicas, la exclusión histórica de las mujeres de los puestos clericales de mayor autoridad, la narrativa de Eva nacida de Adán y culpable de la caída, la figura de la inmaculada virgen María como una santa y María Magdalena como una furcia, todas estas son huellas del patriarcado en la espiritualidad institucionalizada. La religión ha sido usada para justificar la subordinación femenina como voluntad divina u orden natural. Así, han legitimado muchas veces el estatus de la mujer como ser inferior o peligroso. En El Año de Gracia de Kim Liggett, novela distópica que mencionaré más en detalle luego, se observa de forma alegórica cómo una sociedad teocrática y patriarcal etiqueta a las adolescentes de poseer magia peligrosa para justificar su control y aislamiento. Ese miedo a la “mujer indómita” tiene ecos en la historia real: la quema de brujas, las santas inquisiciones, o simplemente los sermones que condenaban a la “mujer impura”. De fondo, las religiones operan como cemento ideológico del patriarcado, dando a sus preceptos una cualidad sagradaincuestionable.

A mayor abundamiento, la obra El Año de Gracia de Kim Liggett presenta una sociedad imaginaria donde el patriarcado se lleva al extremo más crudo, y al hacerlo, actúa como espejo distópico de nuestro propio mundo. En el libro, nos encontramos con una sociedad extremadamente patriarcal y machista, en la que cualquier disidencia femenina se castiga con la muerte. Allí, al cumplir 16 años, todas las chicas deben pasar un año exiliadas en una isla. ¿La razón? Según los líderes de esa sociedad, las jóvenes deben purificarse de una magia peligrosa que supuestamente portan, una magia que podría volver locos a los hombres y destruir el orden social. Tierney James, la protagonista, es una chica que ha sido educada por su padre como si fuera un chico y sospecha la verdad: la “magia” es una simple invención de los hombres para tener a las mujeres subyugadas. Es decir, el año de gracia no es más que una elaborada y violenta tradición para debilitar la voluntad de las jóvenes, dividirlas entre sí y mantenerlas aterrorizadas y obedientes al regresar ¿para qué? Para convertirse en esposas y madres, claro. Este libro me marcó profundamente, porque resume con tenacidad varias facetas del patriarcado estructural: el control del cuerpo femenino, el aislamiento y silenciamiento de las mujeres que atraviesan la pubertad (es decir, que despiertan a su poder reproductivo y sexual), la inculcación del miedo como mecanismo de disciplina social y la justificación ideológica aberrante para racionalizar lo irracional: la opresión de la mujer, desde que es niña. La isla de el año de gracia es un microcosmos brutal donde las propias chicas, contaminadas por la ideología patriarcal, se vuelven unas contra otras. Divide y vencerás: el patriarcado logra que las oprimidas se enemisten entre sí en la inteligencia de que no nos unamos contra el único y verdadero enemigo. En la novela, algunas chicas actúan cruelmente siguiendo las reglas del juego patriarcal creyendo obtener seguridad o favores de vuelta; otras, como Tierney, intentan abrir los ojos de sus compañeras hacia la sororidad y la posibilidad de que juntas sobrevivan sin sacrificar su humanidad. Liggett, imagina un final esperanzador donde el ciclo puede romperse, pero no sin dolor ni pérdidas. La gran enseñanza de esa historia es que la liberación comienza cuando dejas de creer las mentiras del sistema, cuando descubres que la magia nunca estuvo en ti, sino en la imaginación de ellos para mantenerte sometida. Desde la Filosofía Política clásica y contemporánea, también podemos arrojar luz sobre esta teoría del patriarcado como sistema contenedor, contrastando visiones de justicia, libertad y orden social. Durante el curso estudiamos a Marx, cuya teoría, a mi juicio, brinda herramientas y tiene limitaciones, para entender o desafiar la opresión patriarcal. Para Marx, el cuenco estructural que determina la sociedad no era el patriarcado, sino el modo de producción económico. Su materialismo histórico postulaba que el capitalismo, como forma específica de organizar la producción, es el mal estructural central que engendra explotación y desigualdad. El Manifiesto Comunista, de Marx y Engels (1848) señala la
célebre sentencia:

Toda la historia de la humanidad (desde la abolición del orden gentilicio, con su propiedad común de la tierra) ha sido una historia de luchas de clases, de luchas entre clases explotadoras y explotadas, dominantes y dominadas; que la historia de estas luchas de clases constituye una serie evolutiva que ha alcanzado en la actualidad una etapa en la cual la clase explotada y oprimida —el proletariado— ya no puede lograr su liberación del yugo de la clase explotadora y dominante —la burguesía— sin liberar al mismo tiempo a toda la sociedad, de una vez por todas, de toda explotación y opresión, de todas las diferencias y luchas de clases (p.53)

Es decir, interpreta que la dinámica fundamental de la opresión a través del tiempo ha sido el conflicto entre clases sociales antagónicas (amos y esclavos, señores feudales y siervos, burgueses y proletarios, patrones y trabajadores). Desde esa óptica, fenómenos como el patriarcado quedarían subordinados a la lógica económica: la dominación de género sería parte de la superestructura ideológica y familiar que deriva de la estructura económica de base. De hecho, Marx y Engels (1848) reconocieron que el capitalismo transformó incluso las relaciones familiares tradicionales, “la burguesía ha arrancado su velo sentimentalmente emotivo a las relaciones familiares y las ha reducido a meras relaciones dinerarias” (p.9), como observan en el Manifiesto al describir cómo la burguesía mercantilizó todos los vínculos. Para Marx, el capitalismo era el gran moloch a abatir: un sistema que convierte el trabajo humano en mercancía, aliena al trabajador de su esencia y concentra la riqueza en unos pocos mientras sume en la miseria a las mayorías. En El Capital, Marx (1867) retrata vívidamente cómo la acumulación capitalista conlleva una atroz polarización social:

“La acumulación de riqueza en un polo es al propio tiempo, pues, acumulación de miseria, tormentos de trabajo, esclavitud, ignorancia, embrutecimiento y degradación moral en el polo opuesto, esto es, donde se halla la clase que produce su propio producto como capital.” (p.805)

Esta “Ley General de la Acumulación Capitalista” (Marx, 1867, p. 759) revela el carácter intrínsecamente opresivo del sistema económico burgués, según Marx. Ahora, frente a esa denuncia marxista del capital, mi planteamiento invierte el ángulo: sin negar la crueldad del capitalismo, sugiere que bajo la arena económica hay un cimiento anterior, un Bowl, que ha estado allí desde antes y que sigue sosteniendo toda dinámica de poder: el patriarcado. Incluso el propio Engels, sostuvo en El Origen de la Familia, La Propiedad Privada y el Estado (1884) que la primera división jerárquica en la historia no fue la de clase económica, sino la de sexo. Engels identificó la instauración del patriarcado en la familia monógama como “la gran derrota histórica del sexo femenino en todo el mundo” (p. 43), afirmando que con la aparición de la propiedad privada

El primer antagonismo de clases que apareció en la historia coincide con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer en la monogamia; y la primera opresión de clases, con la del sexo femenino por el masculino. La monogamia fue un gran progreso histórico, pero al mismo tiempo inaugura, juntamente con la esclavitud y con las riquezas privadas, aquella época que dura hasta nuestros días y en la cual cada progreso es al mismo tiempo un regreso relativo y el bienestar y el desarrollo de unos verifícanse a expensas del dolor y de la represión de otros. La monogamia es la forma celular de la sociedad civilizada, en la cual podemos estudiar ya la naturaleza de las contradicciones y de los antagonismos que alcanzan su pleno desarrollo en esta sociedad (pp. 49–50.)

En efecto, mucho antes de que existiera la burguesía y el proletariado, ya existía el hombre dominando a la mujer en la esfera doméstica. Esta intuición es central: el patriarcado no solo preexiste al capitalismo, sino que lo atraviesa y condiciona. Podemos decir que el capital explotó a hombres y mujeres, sí, pero explotó el trabajo de las mujeres de una manera particular, apoyándose en su rol patriarcalmente asignado (el trabajo reproductivo y de cuidados no remunerado, por ejemplo, indispensable para sostener cualquier economía). Así, el capitalismo históricamente se montó sobre el patriarcado preexistente: aprovechó la sumisión femenina tradicional para pagar menos salarios, para relegar a las mujeres al ámbito doméstico gratuito, para cimentar la idea del varón como “proveedor” y la mujer como dependiente. En resumen, desde la Teoría del Bowl podríamos decir: Marx veía al capitalismo como la base que determina todas las cosas, pero esa base misma está contenida en un recipiente mayor que Marx pasó por alto. El patriarcado es ese recipiente: el Bowl estructural en que el capitalismo nació, creció y del cual aún no ha escapado. Para reforzar lo anterior, impera señalar que el marxismo feminista surgió para intentar sintetizar ambas luchas: clase y género. Autoras como Alexandra Kollontai, Clara Zetkin, Silvia Federici o Nancy Fraser, señalan que capitalismo y patriarcado están entretejidos. Desde mi perspectiva, la herramienta marxista de analizar estructuras materiales es útil para ver cómo el patriarcado no solo es un discurso, sino que tiene una base económica: el trabajo no remunerado de cuidado, la brecha salarial, la feminización de la pobreza, etc. Un marxista genuino o genuina que busque eliminar la explotación debe tarde o temprano enfrentar al patriarcado, porque de lo contrario estaría dejando intacta la mitad de la ecuación. En lo personal, me alineo con una visión interseccional: género y clase no son opresiones que compiten, sino que se refuerzan mutuamente. No es qué pesa más, es que forman un nudo que hay que desatar entendiendo el origen de todas sus cuerdas. En otro orden de ideas, el comunitarismo crítica cierto universalismo liberal, defendiendo que las normas de justicia deben adaptarse a las tradiciones y contextos de cada comunidad. Filósofos como Michael Sandel, Alasdair MacIntyre o Charles Taylor argumentaron que no existimos como individuos aislados, sino imbuidos en culturas que moldean nuestros valores. Esta mirada tiene aristas interesantes y también riesgos cuando hablamos de patriarcado. Por un lado, es cierto que la experiencia de la opresión patriarcal varía según la cultura. No es igual el patriarcado en una comunidad indígena de México, en un barrio urbano en Los Ángeles o en una aldea de Medio Oriente; las expresiones y justificativos difieren. Un análisis comunitarista podría decir: cuidado con imponer soluciones “universalistas” desde fuera sin entender la textura local de los roles de género. Por ejemplo, las feministas decoloniales advierten que cierto feminismo occidental quiso liberar a todas las mujeres según su propia concepción, a veces sin escuchar a las mujeres de otras culturas sobre lo que ellas quieren o cómo perciben su situación. Mi postura teórica es que la defensa de la dignidad de las mujeres no es negociable en ninguna cultura y la forma de lograrla debe dialogar con la comunidad. En definitiva, la perspectiva comunitaria me recuerda que el Bowl patriarcal no es idéntico en todos lados y que no se puede eliminar de un plumazo globalmente igual, sino que cada comunidad debe hallar su forma. A la vez afirmo: ninguna comunidad debe aceptar dentro de su identidad la opresión de sexo y de género, porque eso aniquila la dignidad de la mitad de sus integrantes, comprometiendo severamente su integridad. Este recorrido filosófico me reafirma algo: la Teoría del Bowl requiere un enfoque interseccional. Ni la sola lucha económica (marxismo), ni el respeto acrítico a cada costumbre (comunitarismo) bastan para
desmantelar el patriarcado. Sin embargo, de cada uno extraigo elementos útiles: la crítica a la base material de la opresión, y la sensibilidad al contexto cultural. Con todo ello, puedo armar un mosaico de entendimiento más completo de cómo funciona el patriarcado y cómo podría empezar a agrietarse ese cuenco tan todopoderoso que todo contiene y determina. Ninguna reflexión sobre patriarcado, no hay y no existe, está completa, ni es válida sin adentrarse en las propias teorías feministas. La teoría del feminismo radical es, básicamente, la raíz conceptual de mi Teoría del Bowl. Radical en el sentido literal de ir a la raíz (radix). Las radicales de la segunda ola del feminismo (años 60-70), como Millett, vieron al patriarcado como el sistema de poder fundamental a derribar. Consigna básica atribuída a Millet: Lo personal es político. Es decir, el patriarcado constituye la ideología más arraigada y fundante de nuestra civilización “Aun cuando hoy día resulte casi imperceptible, el dominio sexual es tal vez la ideología más profundamente arraigada en nuestra cultura, por cristalizar en ella el concepto más elemental de poder.” (Millet, 1970). En otras palabras, la dominación masculina (o sea patriarcal) ha sido históricamente el molde primario del poder, legitimando y perpetuando otras formas de opresión como la de clase y la de raza. Millett sostiene que la institución del patriarcado es una constante social tan hondamente enraizada que atraviesa todas las formas políticas, sociales y económicas conocidas, desde las castas y clases hasta el feudalismo, la burocracia, e incluso todas las religiones principales, aunque adopte expresiones diversas según la historia y la geografía. En sintonía con ello, la Teoría del Bowl que aquí defiendo plantea que el patriarcado opera omnímodo: es una estructura silenciosa, pero firme sobre la cual se edifican y deforman todas las demás instituciones sociales. Mi postura teórica de que el patriarcado es El Sistema, el Bowl, viene directamente de esta escuela radical feminista. Al hilo de esto, cierro con la frase de Bell Hooks (2009) en su obra Enseñar Pensamiento Crítico “El patriarcado no tiene género” (p.140).

Conclusión: Ser Lilith, nunca Eva

He trazado aquí un recorrido amplio: de la estructura patriarcal como Bowl que contiene a los sistemas, pasando por ejemplos narrativos y marcos filosóficos, hasta las voces del pensamiento feminista. Vuelvo ahora a la postura personal de la que partí, a esa consigna que es a la vez principio y desafío: ser Lilith, nunca Eva. Para mi, ser Lilith en este contexto significa atreverme a imaginar un mundo fuera del Bowl. Lilith abandonó el “orden natural” impuesto en el Edén; en términos actuales, sería como atreverse a
abandonar las premisas que nos han vendido como canónicas: que siempre ha habido jerarquías y siempre las habrá, que los hombres por naturaleza lideran, que es utópico pensar en equidad real. Lilith dice: no acepto. Este escrito, es mi forma de decir no acepto la idea de que el patriarcado sea un mal secundario o una simple disfunción corregible. No, yo lo veo como el marco entero a desmontar. Nunca Eva. Eva, según la lectura patriarcal, fue creada de una costilla, secundaria, y luego culpada por la caída; representa el papel asignado de la subordinación y de la culpa. En la vida real, cuántas veces a las mujeres nos han hecho sentir culpables por plantear un trato digno hacia nosotras o por resaltar los agravios sufridos. Ser Eva sería agachar la cabeza y cargar culpas ajenas. Por eso nunca Eva: no cargaremos más culpas que no son nuestras, en palabras de Gisèle Pelicot, la vergüenza cambia de bando (Euronews, 2024). Desde mi corazón analítico y combativo, creo que tenemos la responsabilidad de nombrar al sistema, de señalarlo indiscriminadamente. Mientras no lo señalemos, no lo veremos y no lo cambiaremos. La lucha contra el patriarcado no se trata de una guerra de sexos simplista; se trata de la humanidad contra la deshumanización. El patriarcado deshumaniza a las mujeres seguro, pero también a los hombres al encasillarlos en papeles violentos o fríos. Deshumaniza la sociedad entera al privilegiar el dominio sobre el diálogo, la cooperación y la armonía. Quiero cerrar con una imagen que me vino al meditar en todo esto. Romper el bowl. Y, ante el horror de un mundo sin la estructura conocida que sostenía el bowl, honestamente sonrió con firmeza y pienso: era necesario porque lo sé y porque lo era. Esa necesidad me impulsa a empujar ese bowl hacia el vacío y romper el orden establecido que pocas personas cuestionan y también a asumir las consecuencias de esa libertad. Genera vértigo pensar cómo se es una sociedad realmente equitativa en todos sus poros. Es un camino largo: desde Millet pasando por Marx y también Liggett, son muchas las ideas que me han acompañado en este texto y sé que, aunque no hay teoría de implementación simple, las teorías y el pensamiento crítico importan. Termino entonces afirmando mi convicción: no es que el sistema sea sistema y una de sus características sea ser patriarcal, es que el patriarcado es el sistema, es el Bowl que sostiene todo, pero de verdad todo. Y tirar el bowl al vacío y ver cómo se quiebra y deshace en llamas es la utopía que me anhelo severamente, voluntariamente, transparentemente, humanamente, es mi lucha y mi sabienda de que quemarlo todo está bien, porque arder es otra forma de brillar.

Bibliografía

Engels, F. (2010). The Origin of the Family, Private Property and the State. Penguin Classics.

Euronews. (2024, diciembre 19). Gisèle Pelicot: “Que la vergüenza cambie de lado”. Recuperado el 13 de mayo de 2025, de: https://es.euronews.com/my-europe/2024/12/19/gisele-pelicot-que-la-verguenza-cambie -de-bando

Hooks, B. (2009). Teaching critical thinking: Practical wisdom. Routledge.

Liggett, K. (2021). El año de gracia (I. Villaro Gumpert, Trad.). Salamandra Infantil y Juvenil.

Marx, K. (2008). El capital: Crítica de la economía política (P. Scaron, Ed. y trad.). Siglo XXI Editores. (Obra original publicada en 1867).

Marx, K., & Engels, F. (2015). The Communist Manifesto. Penguin Classics.

Millett, K. (1995). Política sexual (A. M. Bravo García, Trad.). Cátedra.

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