Breve crónica del último año de José Luis

Diariamente salía a caminar un gran número de cuadras, en el camino siempre encontraba el pretexto para conversar con la gente en la calle, en especial aquellos que ya había tratado antes, pero nunca le limitaba el no conocer a alguien para abordarlo. Hablaba con las chicas que vendían el pan o el nuevo negocio que había aparecido, de regreso podía platicar con el viejo changarro que reparaba bicicletas, ese pequeño negocio oscuro de paredes poco iluminadas lleno de piezas mecánicas que nos reparaba a mí y a mis hermanos nuestras bicicletas, cuando éramos adolescentes, hace mucho tiempo, quizá 40 años. Siempre recibía un saludo amable de mecánicos, eléctricos y con el señor que en su pequeña vulcanizadora había conversado tantas veces; un hombre que en su momento fue violento y con fuertes vicios, pero que lo dejó todo para mantener su pequeño negocio donde lo acompañaba su perro, él ayudó a sus hijos y ambos llegaron a ser exitosos profesionistas, pero el mantenía esa imagen sencilla, sucia y dedicada de un hombre trabajador que siempre te regalaba una sonrisa y un saludo amable, quizá así nos saludaba por su aprecio a mi padre, quien le conocía bien. 

Otro personaje conocido, que de forma regular toca la puerta de la casa para recibir la basura cada tercer día, es el barrendero, a quien le había prestado dinero y que lo había devuelto todas las veces.

Los martes aprovechaba para ver a sus amigos en Coyoacán, donde se reunían en un restaurante que les dejaba estar toda la tarde para jugar dominó, se reunían entre 4 y 6 amigos, los cuales variaban mucho por sus diversas situaciones, todos los veía como sus amigos y con algunos de ellos tenía una relación desde su juventud. Los juegos de dominó comenzaron a espaciarse pues si no juntaban 4 jugadores con frecuencia lo cancelaban y si sólo aparecían tres, aún así intentaban jugar una variante que le llaman beisbol. Siempre regresaba con una bolsa de pan, y se aseguraba de llevar el que a mi me gustaba, pues en aquella época yo estaba los martes en su casa.

Mi papá era un personaje sonriente, que apreciaba mucho las visitas y si le era posible el las hacía. Estaba siempre al pendiente de mi madre y las necesidades de la casa. Cuando sabía que alguien le gustaba algo se lo compraba. 

Entonces se comenzaron a escuchar las noticias de una epidemia de influenza en China, se hacían bromas, como siempre hacíamos. Nos burlábamos de las historias y rumores, era divertida la nota que decía que lo había iniciado un chino comiendo murciélagos, muchas bromas, hasta que dejó de serlo. Se anunció que todo el mundo ya había sido alcanzado por ese mal que creíamos endémico de China, ahora lo teníamos en todos lados. Igual al principio yo “no le dí importancia”, pues ya habíamos pasado por “epidemias” similares (o eso creía), el famoso H1N1 que no cobró tantas víctimas, de hecho las mismas víctimas cobran influenzas estacionales. Sin embargo, este nuevo “bicho”, se comportaba diferente pues, como me dijo mi amiga científica, tiene una morbilidad muy alta, que naturalmente no entendí hasta que acudí a Google para ver que significaba, y era “es muy contagioso”. Por aquellos días todos los protocolos de protección arrancaron, todos nos guardamos y comenzamos a usar cubrebocas, así hasta hoy en día. Los trabajos cerraron, algunos temporalmente, otros permanentemente, otros se adaptaron al trabajo a distancia, casi todos tuvieron que explorar este esquema de trabajo remoto. Las escuelas cerraron y pronto buscaron también educar a distancia a los chicos. Los padres tuvieron que trabajar en casa mientras cuidaban y ayudaban a sus hijos a cumplir con la escuela. Las madres solas, son las que más han tenido que trabajar.

Pero la pandemia cobró factura y muy alta a la gente mayor, en particular a mi padre, aunque es terrible que mucha gente mayor enfermó y en muchos casos fallecieron del nuevo bicho, el costo que cobró a todos, era el estar alejado de seres queridos y de toda persona, algo tan fundamental en el ser humano que es “relacionarse” fue puesto en jaque, este quizá fue el precio más alto que pagó mi padre.

Por temor se guardó en casa, tenía 87 años y el dejar de ejercitarse fue terrible, pero él buscaba compensar las salidas caminando en casa, nunca fue lo mismo. Mientras estaba alejado de amigos, y la gente que frecuentaba por la calle diariamente, un cáncer de piel, que tenía latente, le surgió de forma agresiva en la parte derecha del cuello; la bola que comenzó a crecer de inmediato buscó atenderla con los servicios de “Seguridad Social” del IMSS, servicio con el que contaba, fue al centro de especialidades oncológicas y comenzó a pagar una nueva factura, la lentitud y burocracia, caray, retirado y pagando facturas con su vida. El proceso en el IMSS fue lento y tortuoso, los trámites interminables para lograr una cita, que se conseguía semanas después de que se solicita, no importando la urgencia. Después de meses de revisiones y estudios, algunos de los cuales hicimos por fuera para adelantar el proceso y que no sirvieron mucho, debido a que la lentitud era inevitable; finalmente, se generó una cita para cirugía y extirpar el tumor, el Doctor que lo animó y apoyó para realizar la intervención quirúrgica, pidió nuevos estudios, y nos avisó en forma anticipada que podría operarlo. Lo llevamos al hospital después de conseguir nueve donadores de sangre, como parte de los requisitos que exige el Instituto, lo ingresamos un día antes, donde le hicieron una nueva tomografía, esta última solo para estar seguros que no tenía el nuevo bicho “Covid 19” en sus pulmones, aparte de la prueba de laboratorio, una vez librado esto, llegué a suplir a mi hermano al hospital para acompañar a mi padre al quirófano donde esperé, y donde nos sorprendieron nuevamente, parecía que era imposible sanar en este lugar, el Doctor surgió del quirófano muy pronto para decirme que “no iba a haber cirugía” que el tumor había crecido mucho solo en una semana, que tendría que recibir solo radiaciones. El Doctor desapareció y después de mucho tiempo, de casualidad vi que unos camilleros se llevaban a mi padre por el elevador, no lo alcancé y subí corriendo por las escaleras hasta su cama, donde de inmediato tuve que llevarlo al baño porque ya no aguantaba más. Fueron las últimas veces que él pudo ir a un baño caminando.

Me relevó mi hermano y esperábamos que lo dieran de alta del hospital, pues no habría cirugía, pero no pasó nada. La cita para “valoración” de radiaciones otra vez quedaba a más de una semana de ese momento. Gracias a la intervención de mi hermano se pudo dar de alta a mi padre del hospital, ya lo habían olvidado, tienen demasiada gente, y demasiado trabajo. Llegó a casa y descansó del trato recibido y el ambiente tan depresivo que representa un hospital y, en especial ese.

A los días fuimos a valorar las radiaciones y nos dieron una fecha, después de muchos cambios, y trámites extras, como ir a quimioterapias para otra valoración, que todos nos decían no se haría, dada su avanzada edad. Finalmente a radiaciones, mi hermano mayor se encargó de llevarlo a donde lo escanearon y le fabricaron una máscara especial plástica, que se usaría durante las radiaciones, también pedían dos toallas y la dinámica serían 6 semanas de radiaciones diarias que tardarían 10 a 15 minutos. Finalmente pude llevar a mi papá, el día que “creíamos” que iniciaría, cuan equivocados estábamos. El tumor ya había progresado y generado otras situaciones, como que no podía parpadear, no podía masticar del lado derecho y comenzaba a tener dificultad para hablar, ya no caminaba. Con José Luis en silla de ruedas, llegamos a la jefatura de radiaciones donde entregué sus papeles, después de 30 minutos nos llaman, dejo a mi papá en su silla y me acerco para preguntar dónde serían las radiaciones, encontrándome con la sorpresa que solo nos daban una cita con la fecha de inicio definitiva, esto sería dos semanas después, el reclamo fue inútil, el muchacho simplemente tramitaba el espacio en la agenda de las radiaciones y siempre están saturadas. Regresamos nuevamente a casa y al poco tiempo, mi padre manifestó que no quería ir ya más al hospital ni aplicarse las radiaciones.

Ante la desesperación, la familia molesta, sugirió que pagáramos las radiaciones por fuera y cuando mencionamos el costo nadie dijo nada más, además no garantizaría nada.

Finalmente el día que quedó el inicio de sus radioterapia quedó en el “Martes 8 de Junio”, justo el día de su aniversario número 58 de bodas, nunca llegó, apenas 1 día antes por la noche falleció debilitado, incapaz de comunicarse, con un pequeño equipo de oxígeno, inyecciones y ya nada ayudó a librar el implacable proceso destructivo que acabó con su vida. A las 10:12pm mi hermano me avisó por Whatsapp, pero creí que se equivocaba, yo quería que fuera un error, llamé de inmediato a mis hermanos y ninguno me respondió, después de tres minutos otro de mis hermanos confirmándose la noticia, rompí en llanto, acudieron tantas emociones que me golpearon en un instante. A sus 88 años y un día antes de cumplir su aniversario de bodas, nos dejó.

Nos dejó tanto, no solo fue el mejor proveedor que pudiéramos haber tenido, también jugaba con nosotros, buscaba lo mejor en deportes y escuelas, en servicios médicos y esparcimiento, nos dejó valores, familia, amigos y un maravilloso ejemplo. Cometió muchas faltas y tenía muchos defectos, así como yo, pero sin duda fueron opacados por todo lo que podemos celebrar de su vida, de sus logros y de su ejemplo.

Gracias por todo lo que me diste Papá.

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Eduardo Llaguno

Eduardo ha trabajado por 24 años en muy diversas áreas de TIC con amplia experiencia en administración de proyectos, nuevas tecnologías y como emprendedor.

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2 Respuestas

  1. Alejandra Pérez dice:

    Querido amigo, te abrazo en la distancia. Cuánto bello en tu relato ( aún dentro de la tristeza) y como te ha dicho Joaquín también cuanto de ti en él.

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