Chibir

La tormenta pasó y el bosque fue recuperando su vida tras la llegada del querido

amigo sol.

Los pájaros salieron a cantar, avisando a todos que la tormenta había pasado

como si el resto de los animales fueran ciegos, sordos e insensibles; las ardillas

corrían entre los árboles, en búsqueda del desayuno; los mapaches esperaban que

las ardillas tuvieran comida para poder robarla; las iguanas salían a broncearse; una

familia de conejos saltaba, digo ¿por qué no? era gratis, mientras los perezosos

pedían 5 minutos más.

De lejos, se aproximaba una pequeña esfera transparente, acompañada de la

suave brisa de aquella mañana. Su nombre era Chibir y era una burbuja.

Sobrevolando el bosque, descendió hasta toparse con Fenrric, un elefante gordo,

que dormía con la cara embarrada en el tronco de un árbol grueso y áspero. Se

quedó suspendida en el aire, observando, necesitaba ayuda y Fenrric era la primer

criatura viva que tenía cerca. Lentamente el paquidermo despertó, sin saber que

una burbuja se encontraba suspendida sobre él. Como de costumbre, su despertar

era acompañado por cruda y enojo, con la trompa sacó una cerveza de “quien sabe

donde” y en un segundo se la terminó.

Cuando Chibir vio que su futuro héroe estaba despierto, se acercó con la

intención de pedirle ayuda para volver a casa; había despertado en el agujero de un

tronco y no tenía idea de cómo había llegado ahí. Su último recuerdo era estar

desayunando con su familia… Por desgracia, era una burbuja, y no sé si lo sepas,

pero las burbujas no hablan. En su desesperación, Chibir descendió aún más, con la

esperanza de lograr llamar su atención. Se posó sobre la trompa del elefante,

provocando, no que la viera, sino más bien, un increíble estornudo que la mandó a

volar por los aires, con una velocidad jamás experimentada por una burbuja.

Comenzó a descender, directo a un grupo de puercoespines que transitaba por el

bosque. Fue aquel pequeño instante en el que comprendió: No volvería a ver a su

familia y se arrepentía de no haberlos disfrutado. Deseó tener una máquina del

tiempo para jugar más con su papá, preparar galletitas de jabón rosado con su

mamá, cuidar a sus hermanos… Pero entre todas las cosas, su deseo más grande,

era declararle su amor a aquella burbuja del colegio, tener hijos, envejecer a su

lado, para después morir junto a ella. Morir, aquello de sus planes era lo único que

podría conseguir.

“¡Fium!” un pájaro pasó volando muy cerca de la esfera, haciendo que se

desviara su trágico destino, ahora, a un campo de rosas. Pero Chibir lo tomo como

una segunda oportunidad; no la desperdiciaría. Utilizando toda la fuerza que una

burbuja puede llegar a tener, esquivó cada una de las espinas que se cruzaron en

su camino. Al salir de aquella trampa mortal se encontró en un jardín rodeado de

toda clase de flores. Ahí por fin pudo frenar, apoyándose en unos pétalos azules.

“Waba, waba, waba, waba” se escuchaba al centro del jardín; el curioso

sonido provenía de una pila de pétalos de diferentes colores, que se movían y

saltaban por el aire. El nuevo acontecimiento llamó la atención de la pompa y

acercándose lentamente, vio que entre la multitud de colores había una rana que se

retorcía y cantaba “Waba, waba, waba, waba”. Al sentir la presencia de Chibir, la

rana, dio un salto, cayendo sobre sus patas traseras y quedando cara a cara o…

¿burbuja a cara? con Chibir. No podían comunicarse, pero eso no impidió que Waba

(A falta de nombre le diré Waba) por medio de aquel sexto sentido que todos

sabemos tienen las ranas, pudo sentir la tristeza y soledad de la burbuja. Al

desconocer la causa de sus problemas, decidió auxiliarla de la única manera que

una rana podía. De un salto regresó a la colorida pila dando tres piruetas en el aire y

gritando “¡waba!”, de un lenguetazo se comió todos los pétalos, y con un eructo que

sonó como un fuerte “¡waba!” salió de su boca un arco multicolor con el rojo hacia la

parte exterior y el violeta hacia la interior (tú has de conocerlo cómo arcoiris) que se

perdía entre las nubes. “Waba” dijo Waba, soplo hacia Chibir creando un espiral de

colores en el aire. La pequeña esfera se estremeció, comenzó a sentir una conexión

única con Waba, sabía lo que pensaba la rana y entendía que esta sentía lo mismo.

Waba saltó sobre el arcoíris y comenzó a subirlo. Chibir la siguió, voló sobre el

arcoíris y de morado a azul, verde, amarillo, naranja, rojo, morado… La burbuja se

fue pintando de colores arriba del brillante puente. Por primera vez en su aventura,

había dejado toda preocupación olvidada, solo existía la magia de aquel momento.

Por fin llegaron al punto más alto del arcoíris y, en cuanto Waba dijo ”waba”

se abrió un portal dorado del que salieron tres narvales que comenzaron a volar en

círculo por encima de la burbuja. De pronto, al centro de los tres cetáceos se

proyectó una especie de símbolo que emitía una luz azul y blanca, era una “Y” al

centro de un triángulo, que traspasaba los tres lados de la figura geométrica. El

símbolo comenzó a descender entrando en Chibir. Este, sintió un bombazo de

energía, su mente se clarificó y pudo recordarlo todo. La noche anterior había salido

a volar cuando llegó la tormenta, una ráfaga de viento la arrastró haciendo que se

golpeara contra un tronco, y cayera inconsciente. Su familia estaba de vacaciones

en una pequeña cabaña no muy lejos de ahí. Pronto los volvería a ver. Waba dijo

“Waba”, e impulsándose con sus patas traseras comenzó a deslizarse por él

arcoíris, usándolo como resbaladilla. Chibir lo siguió rodando, cambiando de color a

cada giro, un torbellino se movía en su interior, haciéndola sentir emocionada, viva.

Ilustración por @GeneralPedroArt

Más tarde se encontraban reposando sobre la rama de un árbol, Chibir, ahora

una burbuja roja, descansaba plenamente, para recuperar energía y poder regresar

con su familia. La rana, satisfecha por su trabajo, comprendió que ya no tenía nada

que hacer ahí, dijo “waba”, un portal de colores apareció en el aire y en cuanto saltó

dentro, el portal desapareció.

“Correcorrecorrecorre, ¡SALTA! correcorrecorrecorre, ¡SALTA!”. Una ardilla se

desplazaba por los árboles en busca de de comida. La mañana de ese día, un

mapache había robado su desayuno, y ella tenía mucha, mucha hambre.

“…Correcorrecorre, ¡SALTA!, correcorreco, ¡ALTO!…” Ahí estaba, en el árbol de

enfrente, una jugosa y deliciosa cereza. Saliva comenzó a escapar de su boca,

mientras sus tripas se alborotaban exigiendo alimento. Sin pensarlo un segundo

más, corrió y saltó, corrió, corrió y se abalanzó sobre ella extendiendo sus manitas;

Cuando por fin la tomó para llevarla a su boca, la brillante cereza desapareció

acompañada de un pequeño “poof”.

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1 respuesta

  1. Eduardo dice:

    Que increíble y creativa historia

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